El Papa: Cambiar nuestra relación con los recursos de la Tierra, no son infinitos
Prefacio del Papa Francisco al libro de Gaël Giraud y Carlo Petrini titulado “El gusto de cambiar. La transición ecológica como camino hacia la felicidad’ (Slow Food Editore y Libreria Editrice Vaticana) en las librerías en lengua italiana a partir del 17 de mayo.
FRANCISCO
El bien que aparece como bello lleva consigo la razón por la que debe ser realizado. Este es el primer pensamiento que me ha surgido tras la lectura de este hermoso diálogo entre Carlo Petrini, a quien conozco y estimo desde hace años, gastrónomo y activista conocido en todo el mundo, y Gaël Giraud, un jesuita economista cuyas aportaciones he apreciado recientemente en La Civiltà Cattolica, donde escribe artículos cualificados sobre economía, finanzas y cambio climático.
¿Por qué esta conexión? Porque la lectura de este texto generó en mí un verdadero “gusto” de lo bello y lo bueno, es decir, un sabor de esperanza, de autenticidad, de futuro. Lo que los dos autores aportan en este intercambio es una especie de “narración crítica” respecto a la situación global: por un lado, elaboran un análisis razonado y contundente del modelo económico-alimentario en el que estamos inmersos, que, tomando prestada la famosa definición de un escritor, “conoce el precio de todo y el valor de nada”; por otro, proponen varios ejemplos constructivos, experiencias consolidadas, historias singulares de cuidado del bien común y de los bienes comunes que abren al lector a una mirada de bien y de confianza sobre nuestro tiempo. Crítica de lo que está mal, relatos de situaciones positivas: lo uno con lo otro, no lo uno sin lo otro.
Me gustaría destacar un hecho significativo: el hecho de que en estas páginas Petrini y Giraud, uno activista de 70 años, el otro profesor de economía de 50, es decir, dos adultos, encuentren en las nuevas generaciones razones consolidadas para la confianza y la esperanza. Normalmente los adultos nos lamentamos de los jóvenes, de hecho, repetimos que los tiempos “pasados” fueron sin duda mejores que este presente convulso, y que los que vienen detrás de nosotros están dilapidando nuestros logros. En cambio, debemos admitir con sinceridad que son los jóvenes quienes encarnan el cambio que todos necesitamos objetivamente. Son ellos quienes nos piden, en diversas partes del mundo, que cambiemos. Cambiar nuestro estilo de vida, tan depredador del medio ambiente. Cambiar nuestra relación con los recursos de la Tierra, que no son infinitos. Cambiar nuestra actitud hacia ellos, las nuevas generaciones, a las que estamos robando el futuro. Y no sólo nos lo piden, sino que lo están haciendo: saliendo a la calle, manifestando su disconformidad con un sistema económico injusto con los pobres y enemigo del medio ambiente, buscando nuevos caminos. Y lo están haciendo a partir de lo cotidiano: tomando decisiones responsables sobre la alimentación, el transporte, el consumo.
Los jóvenes nos están educando en este sentido. Están optando por consumir menos y vivir más las relaciones interpersonales; se cuidan de comprar objetos producidos siguiendo estrictas normas de respeto medioambiental y social; son imaginativos a la hora de utilizar medios de transporte colectivos o menos contaminantes. Para mí, ver que estos comportamientos se extienden hasta convertirse en una práctica común es motivo de consuelo y confianza. Petrini y Giraud se refieren a menudo a los movimientos juveniles que, en distintas partes del mundo, hacen avanzar las reivindicaciones de justicia climática y justicia social: ambos aspectos deben mantenerse unidos, siempre.
Los dos autores señalan vías operativas para un desarrollo económico sostenible y critican el concepto de prosperidad hoy en boga. Aquel según el cual el PIB es un ídolo al que se sacrifican todos los aspectos de la convivencia: el respeto del medio ambiente, el respeto de los derechos, el respeto de la dignidad humana. Me impresionó mucho que Gaël Giraud reconstruyera la manera en que históricamente el PIB se ha impuesto como único parámetro para juzgar la salud de la economía de una nación. Afirma que esto ocurrió durante la época nazi y que el punto de referencia fue la industria armamentística: el PIB tiene un origen “bélico”, podríamos decir. Tanto es así que por eso nunca se ha contabilizado el trabajo de las amas de casa: porque su esfuerzo no sirve para la guerra. Otra prueba de lo urgente que es deshacerse de esta perspectiva economicista, que parece despreciar el lado humano de la economía, sacrificándolo en el altar del beneficio como vara de medir absoluta.
La naturaleza de este libro es también doblemente interesante. En primer lugar, porque se desarrolla en forma de diálogo. Esto es algo que me parece importante subrayar. Es la confrontación lo que nos enriquece, no el mantenernos firmes en nuestras posiciones. Es la conversación la que se convierte en una oportunidad de crecimiento, no el fundamentalismo el que cierra el paso a la novedad. Es el debate lo que nos hace madurar, no la certeza hermética de que siempre “tenemos razón”. Incluso y sobre todo cuando hablamos de la búsqueda de la verdad. El beato Pierre Claverie, obispo de Orán, mártir, decía: ” La verdad no se posee, y yo necesito la verdad de los demás “. Permítanme añadir: el cristiano sabe que no conquista la verdad, sino que es él quien es “conquistado” por la Verdad, que es Cristo mismo. Por eso creo firmemente que la práctica del diálogo, la confrontación y el encuentro es hoy lo que más urge enseñar a las nuevas generaciones, desde niños, para no fomentar la construcción de personalidades encerradas en la angostura de sus propias convicciones.
En segundo lugar, los dos interlocutores – sabiamente estimulados por el editor – representan puntos de vista y orígenes culturales diferentes: Carlo Petrini, que se define como agnóstico y con quien ya he tenido la alegría de dialogar para otro texto; Gaël Giraud, un jesuita. Pero este hecho objetivo no les impide mantener una conversación intensa y constructiva que se convierte en el manifiesto de un futuro plausible para nuestra sociedad y nuestro propio planeta, tan amenazado por las nefastas consecuencias de un enfoque destructivo, colonialista y dominador de la creación.
Un creyente y un agnóstico hablan y se encuentran, aunque desde posiciones diferentes, sobre distintos aspectos que nuestra sociedad debe asumir para que el mañana del mundo sea aún posible: ¡me parece algo hermoso! Y lo es aún más porque, en el desarrollo de la discusión entre los dos interlocutores, emerge claramente la convicción de la importancia decisiva de la única palabra de Jesús, recogida en los Hechos de los Apóstoles, que no se encuentra en los Evangelios: “Hay más alegría en dar que en recibir”. Sí, porque cuando los dos interlocutores encuentran en el consumo llevado al exceso y en el derroche elevado a sistema el mal de la vida contemporánea, e identifican en el altruismo y la fraternidad las verdaderas condiciones para que la convivencia sea duradera y pacífica, prueban que la perspectiva de Jesús es fecunda y lugar de vida para todos los hombres y mujeres. Para los que tienen un horizonte de fe y para los que no lo tienen. La fraternidad humana y la amistad social, dimensiones antropológicas a las que dediqué mi última encíclica, Fratelli tutti, deben convertirse cada vez más en la base concreta y operativa de nuestras relaciones, a nivel personal, comunitario y político.
El horizonte de preocupación en el que Petrini y Giraud centran su atención es la situación ambiental verdaderamente crítica en la que nos encontramos, hija de esa “economía que mata” y que ha provocado el grito sufriente de la Tierra y el grito angustioso y angustiado de los pobres del mundo. Ante las noticias que nos llegan a diario -sequías, desastres ambientales, migraciones forzadas a causa del clima- no podemos permanecer indiferentes: seríamos cómplices de la destrucción de la belleza que Dios quiso regalarnos en la creación que nos rodea. Tanto más porque de este modo perecerá ese don “muy bueno” que el Creador forjó a partir del agua y el polvo, el hombre y la mujer. Admitámoslo: el desarrollo económico desconsiderado al que hemos cedido está provocando desequilibrios climáticos que pesan sobre las espaldas de los más pobres, en particular en el África subsahariana. ¿Cómo podemos cerrar las puertas a quienes huyen y huirán de situaciones medioambientales insostenibles, consecuencias directas de nuestro consumismo inmoderado?
Creo que este libro es un don precioso, porque nos muestra un camino y la posibilidad concreta de recorrerlo, a nivel individual, comunitario e institucional: la transición ecológica puede ser un ámbito en el que todos, como hermanos y hermanas, cuidemos la casa común, apostando por que consumiendo menos cosas y viviendo más las relaciones personales entraremos por la puerta de nuestra felicidad.