El Gran Olvidado: Redescubrir al Espíritu Santo

Padre Ricardo MENDOZA GARCIA.- ¿Cuántas veces invocamos al Espíritu Santo para pedir su ayuda, su luz o su fuerza en las decisiones importantes de nuestra vida? Posiblemente, muy pocas. Sin embargo, en el Evangelio de hoy, Jesús se aparece a sus discípulos, que estaban llenos de temor y con las puertas cerradas, y les dice: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo» y «Reciban el Espíritu Santo» (cf. Jn 20,21-22).

San Pablo exhorta a Timoteo: «Porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de dominio propio» (2 Tm 1,7). Esta fuerza interior forma parte de la armadura de Dios: «Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Ef 6,17).

El Paráclito, cuyo nombre significa “el que está junto a ti”, es nuestro defensor, guía y consolador. Él nos fortalece en los momentos de dificultad, nos acompaña y nos conduce hacia la verdad plena.

¿Por qué, entonces, tantos jóvenes —gracias a Dios, no todos— al recibir la Confirmación parecen despedirse de la vida cristiana? Es necesario recordar que el Espíritu Santo no es un símbolo decorativo, sino una persona divina que habita en nosotros y nos capacita para vivir con valentía el Evangelio.

Con la Confirmación, hemos recibido los siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza y temor de Dios. Estos dones no son privilegios para unos cuantos, sino herramientas espirituales dadas por Dios para santificarnos y para edificar su Iglesia.

Pidamos, pues, con humildad y confianza, que el Señor renueve en nosotros estos dones y nos conceda la gracia de ponerlos al servicio del Evangelio, viviendo como auténticos testigos de Cristo en el mundo.

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