Los refugiados no venimos a invadir, venimos a aportar, dice salvadoreña
Noticias ONU.- Una refugiada salvadoreña pasa de huir de las pandillas a entregar un premio al presidente de la República de Costa Rica, su país de acogida. Con la ayuda de ACNUR, ha logrado sobrevivir a la amenaza de muerte que pesaba sobre su familia.
A Karla Torres, madre y esposa salvadoreña ahora refugiada en Costa Rica, le cuesta recordar su historia, pero no es una cuestión de memoria, sino de dolor.
“Mi vida era muy feliz en El Salvador, yo no me podía quejar de las bendiciones que Dios me había dado en mi país. Tenía casa propia, tenía un vehículo, teníamos motos, teníamos un local en el mercado de venta de jugos y reparación de celulares”.
Sus dos hijas y su hijo estudiaban y ella trabajaba en su negocio propio. Su esposo también tenía un empleo fijo. Pero tuvieron que dejarlo todo cuando les llegó un mensaje diciendo que las pandillas, que constantemente extorsionan a los salvadoreños, querían 10.000 dólares a cambio de la vida de su marido, la de sus suegros y la de una tía.
“Sabían cómo la tía caminaba, por donde caminaba y con quién caminaba y dijeron que ella era la que traía a mis hijos en el carro”.
Karla cuenta cómo ella y su familia intentaron continuar con su vida normal e ignorar la amenaza, pero poco después se dio cuenta de que su hijo adolescente corría peligro.
“A la semana me llega a mí un muchacho que hace parte de las mismas pandillas y me dijo que tuviera cuidado porque se querían llevar al niño porque ya tenía catorce años y lo querían involucrar en las pandillas, y que, aunque yo no lo permitiera se lo iban a llevar.”
Karla dice que tuvo la suerte de que le advirtiera este joven, al que en el pasado había dado comida y ayudado. Su vida estaba en peligro por avisarla, por eso le pidió que no dijera nada, y que se fuera de inmediato.
La amenaza tenía un plazo
Nuestra protagonista tenía miedo, no sabía cómo decírselo a su esposo, enfermo de diabetes, pero tuvo que hacerlo cuando le avisaron de que “el viernes” iban a llevarse a su hijo.
En ese momento, empacó la vida de su familia en una sola maleta y huyó a otro departamento del país. Pero su pesadilla estaba lejos de terminar…
“Estuvimos una semana allí, pero vimos que andaban carros que nunca habíamos visto pasar ahí y estaban rarísimos y andaban vigilando, y descubrimos que los que estaban dentro del carro eran pandilleros. Nos dio miedo porque sabíamos que era con nosotros y lo que hicimos fue optar por venir para Costa Rica”.
Karla y su familia vendieron su auto de un día para otro por 2000 dólares. Ese dinero era todo lo que tenían para llegar a Costa Rica y sobrevivir. Un “tráiler” les dio un “aventón” a Nicaragua y de ahí pasaron a Costa Rica.
“Nosotros traíamos solo una maleta con ropa, y una hielera donde cargábamos la insulina de mi esposo, pero de tanta aflicción al ver que no había bus para salir para acá se nos olvidó la hielera en el tráiler”.
La dura llegada a Costa Rica
Al llegar, una familia los alojó durante dos semanas, luego Karla consiguió alquilar un cuarto, en el que vivieron ocho meses, apretados, pero a salvo.
“Teníamos que empezar, se trataba de no decaer en este país, porque tampoco podíamos regresar. El regresar significaba morir, uno por uno, porque habíamos huido”.
Su esposo estaba enfermo porque no tenía insulina y el dinero se le estaba acabando, fue ahí cuando lograron la ayuda de organizaciones locales que les dieron desde comida hasta formación para comenzar a trabajar.
“Las organizaciones ayudaron con alimentos, económicamente y me dieron capacitaciones. A mis hijas les dieron psicología porque ellas venían muy mal, el varón también, y los metieron a un grupo de apoyo. Entré a un proyecto para emprendedores, me dieron un capital semilla con el que yo pude comprar mi planchita, mis cositas de plástico, y un hornito. Con ese es el que yo salí adelante, con lo que hago las ventas.
El camino a convertirse en emprendedora
Karla ahora vende pupusas, el platillo nacional de su país, tortillas de maíz rellenas y hechas a mano. Pero ella no aprendió a hacerlas en El Salvador, sino en Costa Rica, por pura necesidad.
“Yo no sabía hacer pupusas y no sabía qué hacer, porque me salían mal y yo sabía que así no se podían vender”.
Pero ella continuó intentándolo hasta que logró la receta. El reto siguiente estaba en salir a la calle a venderlas.
“Yo ni decía que estaba vendiendo. Yo iba caminando y me decían ¿qué lleva ahí de vender? Y yo decía son pupusas, y me decían por qué no avisa señora Karla que no le dé pena. Así empecé y agarré valor y gracias a mi Dios estoy aquí donde estoy”.
Karla está muy agradecida a las organizaciones que han ayudado a su familia y a decenas de refugiados que comparten una historia parecida a la suya.
“Las organizaciones nos ayudaron a comenzar esta gran lucha, porque si no hubiera sido por ellas también sinceramente no sobrevivimos. Soy sincera”.
El Sello Vivir la Integración
Karla es una de las beneficiadas del Programa Vivir la Integración, un programa que nació en el año 2013 de una alianza público-privada que promueve la inserción de las personas refugiadas en mercado laboral, y a través de esto, su integración en la sociedad costarricense.
El programa está dirigido por la Agencia de la ONU para los Refugiados, instituciones del Estado costarricense y varias ONG.
Este año se realizó la primera entrega del Sello Vivir la Integración a veinte organizaciones, la primera certificación a nivel mundial para la calidad y trazabilidad de derechos humanos a nivel global.
“El Sello Vivir la Integración es un mecanismo que fue declarado por el gobierno de Costa Rica en el que se certifica a cinco grupos de empresas privadas, gobiernos locales e instituciones públicas, academia y organizaciones, que a lo largo del año han llevado a cabo acciones en favor de las personas refugiadas y que demuestran un compromiso claro fundamentalmente de cara a la integración en la sociedad costarricense”, explica Carlos Maldonado representante del ACNUR en Costa Rica.
Durante la ceremonia de entrega de la certificación estuvieron presentes el presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, y la vicepresidenta Ana Elena Chacón. Karla tuvo la oportunidad de conocerlos y compartir su agradecimiento.
La Agencia de la ONU para los Refugiados quiso que la refugiada salvadoreña le entregara al mandatario un reconocimiento simbólico por liderar el proceso desde el poder ejecutivo para fomentar la integración de los refugiados en Costa Rica por los pasados cuatro años.
“Me sentí muy contenta de que me tomaran en cuenta de entre tantos refugiados que hay y ser privilegiada y tener la oportunidad de entregarle ese premio al presidente.”
“Se trata de un sello de humanidad, un sello de solidaridad, un sello que nos hace mejores al comprometernos a seguir defendiendo y ampliando los derechos de las personas refugiadas, facilitando sus vidas”, dijo el presidente Solís, quien agregó que el enfoque de derechos humanos de su Administración es un claro ejemplo de cómo un país de renta media alta puede hacer bien las cosas y compartir sus experiencias con el resto del mundo.
“En conjunto con ACNUR, hemos avanzado de forma contundente en la integración de las personas refugiadas y solicitantes de la condición de refugiado”, expresó.
Para Carlos Maldonado, el Sello Vivir la Integración demuestra un compromiso claro por parte de no solo del Gobierno de Costa Rica sino de la sociedad respecto a la integración y la protección temprana de los refugiados.
“Es una oportunidad para que los mismo refugiados y refugiadas conozcan quienes están realizando estas tareas en favor de la integración, que la opinión pública también lo conozca y reconozca. Además, porque se dará cada año, es una posibilidad de que estas organizaciones confirmen ese compromiso al año siguiente”, explica.
Las cifras van en aumento
A 31 de diciembre de 2017 en Costa Rica, entre refugiados y solicitantes de la condición, había poco más de 12.000 personas. En la actualidad, ese número supera los 13.000.
“Aproximadamente el 30 % de las solicitudes provienen de los países del norte de Centroamérica, El Salvador y Honduras y el 50 % corresponden a ciudadanos de Venezuela, un 10 % a ciudadanos colombianos y el resto a otras casi 40 nacionalidades”, asegura el representante de ACNUR.
Maldonado explica que desde el 2015, el número de personas refugiadas se ha duplicado y sigue aumentando debido a un ingreso significativo de venezolanos y salvadoreños. A pesar de que el mayor número de refugiados reconocidos siguen siendo los colombianos, quienes huyeron del conflicto de su país en los años 90, el panorama parece indicar que serán superados muy pronto.
En Costa Rica cuando una persona entra al país y solicita la condición de refugiado, inmediatamente recibe un permiso para trabajar, un beneficio que no se encuentra fácilmente en otras naciones.
Pero, aun así, aunque legalmente puedan entrar al mercado laboral, los refugiados y solicitantes enfrentan discriminación, algo que Karla ha vivido en su propia carne.
“No conocen lo que es ese permiso, y aun teniendo uno lo que es el estatus de refugiado, también a uno le cuesta, porque te preguntan que por qué dice en la cedula “libre condición”, ellos piensan que uno va saliendo de la cárcel y que le han dado ese estatus para que la gente tenga cuidado. Son muchas trabas, pero gracias a las organizaciones salimos adelante, nos damos a conocer y yo creo que por algo estamos aquí en este país tan bello”.
El rol de las empresas privadas en la integración de los refugiados
El representante de ACNUR resalta que la participación de las empresas privadas es vital para que los refugiados puedan tener una mejor calidad de vida.
“Todos somos conscientes que ante la magnitud de la situación de refugiados en el mundo los gobiernos por si solos no pueden dar todas las respuestas, entonces lo que se ha venido promoviendo en marco del Pacto Mundial de los Refugiados, es una acción de la totalidad de la sociedad de un país. El rol de las empresas privadas es fundamental, son las que generan empleo en los países y por lo tanto su participación es la que permite realmente que las personas refugiadas puedan tener un empleo digno y decente a la brevedad posible”, dice.
Maldonado expresa además que varias empresas en Costa Rica aseguran que la fuerza laboral refugiada es leal y trabajadora.
“No es tanto el valor de la cantidad de dinero que le dan a uno sino el valor sentimental, el valor de apoyo emocional, el apoyo que uno recibe de todas las personas y que uno se da a conocer, porque al darle a conocer a una como vendedora de pupusas, ya puedo regalar mi número (de teléfono), ya me llaman y uno se va expandiendo. Esa es la forma en que todas las organizaciones le ayudan a uno y las capacitaciones son excelentes”, explica Karla.
Para Karla, lo importante es que los costarricenses comprendan que los refugiados y refugiadas como ella lo único que quieren es salir adelante, y contribuir al desarrollo del país que los acogió.
“Nuestra comunidad no viene a invadir un espacio, sino que queremos aportar, no estamos aquí por quererle quitar algo alguien, sino por querer salir del problema que estamos y no venimos a dañar a nadie ni porque tengamos ganas de salir de nuestro país o venir a pasear. Es por el problema que nos obligó a huir, un problema que sabemos que no tiene retorno, y por el que tuvimos que dejar todito. Pero aquí es otra vida, si Dios nos dio la oportunidad de estar aquí, vamos a empezar de nuevo”.
Unirse a la ayuda
Costa Rica es el primer país del mundo donde ahora las personas refugiadas podrán identificar a las instituciones que tienen un compromiso con su causa. Anualmente, un comité de expertos analizará postulaciones para entregar la certificación de Vivir la Integración en cinco categorías: sector público, sector privado, academia, Gobiernos locales y sociedad civil.
El sello sigue los estándares de la norma internacional ISO 26000 y fue declarado de interés público por medio del decreto 40645-MP.
“Es un sello que no existe en otro país del mundo, es la primera vez que se da. Hay toda una oferta de apoyo a la población refugiada y de acceso a derechos que realizan todas estas instituciones que fueron premiadas y que representan la voluntad de la sociedad costarricense en asegurar que los refugiados son protegidos e integrados desde el comienzo”, explica Carlos Maldonado.
Las empresas en Costa Rica pueden aliarse al programa Vivir la Integración a través de alguna de las siguientes acciones:
· Considerando a las personas refugiadas en los procesos de contratación.
· Ofreciéndoles oportunidades de formación.
· Apoyando a las personas refugiadas a ser microempresarios.
· Llevando a cabo iniciativas de comunicación y sensibilización que favorezcan un ambiente de integración y respeto a los derechos humanos de las personas refugiadas.
“Es un cambio muy radical pero muy bello, pero esa odisea que pasamos si duele mucho recordarla, pero es bueno hacerlo para seguir adelante”, dice Karla Torres, quien no está sola con su historia.
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