Nelson Mandela, sinónimo de la lucha contra el racismo
ONU.- “La eliminación de la pobreza no es un gesto de caridad. Es un acto de justicia. Es la protección de un derecho humano fundamental, el derecho a la dignidad y a una vida decente”, afirmó alguna vez Nelson Mandela, quizá el máximo abanderado de la lucha del género humano por la libertad, la igualdad y las garantías fundamentales en general.
La segregación racial de Sudáfrica y poco más tarde la implementación del apartheid, en 1948, fueron motivo de gran preocupación en la entonces recién creada Organización de las Naciones Unidas. La Asamblea General adoptó en 1950 su primera resolución contra ese régimen discriminatorio que obligaba a vivir separados de la población blanca a los grupos raciales originarios de África y a otros grupos étnicos ahí establecidos como resultado del colonialismo. A partir de entonces y durante más de cuatro décadas se aprobaron más resoluciones, se celebraron conferencias y se emprendieron acciones con la intención de que se desmantelara ese sistema racista.
En este contexto, una figura surgió para ocupar un lugar de honor en la historia al convertirse en sinónimo de la lucha por los derechos humanos en Sudáfrica y el mundo: Nelson Mandela.
Nelson Rolihlahla Mandela nació en 1918 en Mvezo, Sudáfrica. Haber crecido en un entorno de segregación racial lo hizo consciente desde muy temprana edad de las injusticias y abusos de los derechos humanos y lo llevó a implicarse en la vida política cuando era estudiante de leyes en la Universidad Fort Hare.
Durante sus primeros años de activista, fundó la Liga Juvenil del Congreso Nacional Africano -al que se había afiliado un poco antes- y pronto fue electo su secretario general. En 1952, comandó la campaña masiva “Rebeldía”, que llamaba a la desobediencia civil contra las leyes injustas.
Sus actividades políticas lo enfrentaron a los gobernantes del apartheid cuando su movimiento se radicalizó con la masacre de manifestantes negros pacíficos cometida en Sharpeville en 1960, que dejó 69 muertos y unos 200 heridos. Inmediatamente después, el gobierno declaró el estado de emergencia y detuvo a cerca de 18.000 manifestantes. Mandela pasó entonces a la clandestinidad, pero en 1961 fue arrestado por cargos de traición y aunque pronto fue absuelto, fue detenido nuevamente en 1962 por salir ilegalmente del país (viajó a varios países africanos y europeos) y recibió una sentencia a cinco años de cárcel.
Un espíritu libre a pesar de las rejas
En 1964 el gobierno del apartheid lo juzgó nuevamente, esta vez acusándolo de sabotaje y sentenciándolo a cadena perpetua en la prisión de la isla Robben. Al dirigirse en el juicio de Pretoria al tribunal que lo condenó, Mandela declaró: “He dedicado mi vida a esta lucha por el pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. He valorado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan en unidad y armonía con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que vivo y espero alcanzarlo. Pero si fuera necesario, estoy preparado para morir por él.”
Su declaración estipuló que odiaba “la arrogancia racial” que otorgaba las bondades de la vida a una minoría de la población como derecho exclusivo y que reducía a la mayoría a “una condición de servilismo e inferioridad. “Nada de lo que pueda hacer este tribunal cambiará en modo alguno ese odio que siento y que sólo podrá desaparecer cuando se eliminen la injusticia y la inhumanidad contra las que he luchado para erradicar de la vida política y social de este país.”
No obstante el encierro, Mandela se convirtió en símbolo y líder del movimiento contra el apartheid. Su infatigable espíritu de libertad y reivindicación de los derechos humanos, no sucumbió entre las rejas, al contrario, organizó un movimiento de desobediencia civil en el penal que obligó a las autoridades a mejorar las condiciones de los reclusos en la isla Robben.
Tras 27 años privado de la libertad, 18 de ellos realizando trabajos forzados en una cantera, Mandela fue liberado en febrero de 1990 cuando la creciente presión nacional e internacional logró que el nuevo mandatario sudafricano F.W. de Klerk -que había asumido el poder un año antes- empezara a desmantelar el apartheid y anulara la prohibición del Congreso Nacional Africano
Premio Nobel de la Paz y presidencia de Sudáfrica
Tan pronto recuperó la libertad, Mandela se reintegró a la actividad política y lideró al Congreso Nacional Africano en sus negociaciones con el régimen para acabar con el apartheid y establecer un nuevo gobierno multirracial. En junio de ese mismo año, en calidad de vicepresidente del Congreso Nacional Africano, viajó a Nueva York para hablar ante el Comité Especial contra el Apartheid de la Asamblea General de la ONU.
Su infatigable trabajo hizo a Nelson Mandela acreedor al Premio Nobel de la Paz en 1993, galardón que compartió con el presidente Klerk.
Un año después, el Congreso Nacional Africano ganó con gran mayoría los primeros comicios multirraciales y libres en el país y Mandela se convirtió en el primer presidente de Sudáfrica electo democráticamente.
En 1994, su primer año como jefe de Estado, Nelson Mandela participó en el debate de la Asamblea General, donde pronunció un emotivo discurso.
El racismo degrada al perpetrador y a la víctima
“Estamos aquí hoy para saludar a la Organización de las Naciones Unidas y a sus Estados miembros individual y colectivamente, para unir fuerzas con las masas de nuestros pueblos en una lucha común que trajo nuestra emancipación e hizo retroceder las fronteras del racismo”, dijo el presidente Mandela.
Ante el pleno de la Asamblea, el flamante mandatario agradeció a la ONU el apoyo a la lucha de los africanos en su país. “En cierta medida ese cambio histórico se ha producido gracias a los grandes esfuerzos que emprendieron las Naciones Unidas para lograr la eliminación del crimen del apartheid contra la humanidad.”
En la misma tribuna, advirtió que el camino de Sudáfrica sería difícil debido al empecinamiento del racismo “que puede aferrarse a la mente e infectar profundamente el alma humana”. Sin embargo, afirmó que su país seguiría adelante por dura que fuera la batalla. “No cejaremos en nuestro empeño. El hecho de que el racismo degrade tanto al perpetrador como a la víctima nos exige que, para ser leales a nuestro compromiso de proteger la dignidad humana, luchemos hasta lograr la victoria.”
Derechos humanos
Mandela era un convencido defensor de los derechos humanos y su sólida postura frente al racismo y la injusticia lo erigió como un paladín de esas garantías inherentes a todas las personas.
Su cuarto año como presidente de Sudáfrica, 1998, coincidió con el cincuentenario de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un acontecimiento al que se refirió en su participación en el debate de la Asamblea General, aseverando que dicho instrumento mantuvo en alto la esperanza de que en el futuro todas las sociedades se construirían “sobre los cimientos de los gloriosos ideales plasmados en cada una de sus frases”.
“Para todos los que tuvieron que luchar por su emancipación, como nosotros, los que con la ayuda de las Naciones Unidas nos tuvimos que liberar del sistema criminal del apartheid, la Declaración Universal de Derechos Humanos vindicó la justicia de nuestra causa”, apuntó.
No obstante, aclaró que la Declaración es también un desafío en tanto que los países deben dedicarse a la aplicación de sus principios.
“Hoy celebramos el hecho de que este histórico documento ha sobrevivido cinco decenios turbulentos, en los que han tenido lugar algunos de los acontecimientos más extraordinarios de la evolución de la sociedad humana. Entre ellos figura el derrumbe del sistema colonial, el fin de un mundo bipolar, los sorprendentes adelantos en el ámbito de la ciencia y la tecnología y el logro de un complejo proceso de mundialización”, señaló Mandela en esa oportunidad.
En ese contexto, también lamentó que, pese a todo, los seres humanos siguieran siendo las víctimas de las guerras y la violencia y que no lograran ser libres del temor a las armas de destrucción masiva o convencionales.
Al año siguiente, 1999, Mandela concluyó su mandato como presidente de Sudáfrica y decidió retirarse de la vida política, aunque siguió abogando por la paz, la justicia social y los derechos humanos hasta su muerte, en diciembre de 2013.
Entre sus actividades tras el retiro, destacaron los programas sociales y de desarrollo comunitario del Fondo Nelson Mandela para la Infancia y la Fundación Nelson Mandela, establecidas en 1995 y 1999, respetivamente. Además, fue un activista del combate al VIH-SIDA, que le costara la vida a su hijo Makgatho Mandela.
Día Internacional y Premio Nelson Mandela
Como reconocimiento a su servicio a la humanidad y a sus contribuciones a la cultura de la paz, la libertad, los derechos humanos, la reconciliación, la igualdad de género y las relaciones interraciales, la Asamblea General de la ONU decidió proclamar el Día Internacional de Nelson Mandela, fijando para tal efecto el 18 de julio, fecha del natalicio del líder sudafricano. La resolución con dicha proclamación se adoptó en noviembre de 2009 y en 2010 se celebró la efeméride por primera vez.
Más tarde, en 2014, un año después de su muerte, las Naciones Unidas establecieron el Premio Nelson Mandela, otorgado por primera vez en 2015. El galardón quinquenal reconoce a dos personas, un hombre y una mujer, por su dedicación al servicio de la humanidad desde diversos ámbitos que pueden ser la lucha contra la pobreza, la promoción de la justicia social, los derechos humanos o la solución de conflictos, entre otros. El premio se considera un homenaje a la vida y el legado de Mandela.
El 18 de julio de 2018, la administración postal de la ONU emitió una estampilla conmemorativa para marcar el centenario del nacimiento del ex presidente sudafricano.
Muerte de Madiba
Para tristeza de Sudáfrica y del mundo, Nelson Mandela murió en Johannesburgo el 5 de diciembre de 2013 a los 95 años.
Quince años antes, en el podio de la Asamblea General de la ONU en 1998 había hablado de su retiro y de lo que esperaba antes de su muerte:
“He llegado al punto del largo camino en que se me otorga la oportunidad —como debería ser para todos los hombres y mujeres— de retirarme a descansar y a vivir tranquilo en la aldea donde nací.
Sentado en Qunu, mi aldea, y al hacerme viejo, como sus colinas, seguiré abrigando la esperanza de que en mi propio país y en mi propia región, en mi continente y en el mundo, surja un grupo de líderes que no permita que a nadie se le niegue la libertad, como a nosotros; que a nadie se le convierta en refugiado, como a nosotros; que a nadie se le condene a pasar hambre, como a nosotros; que a nadie se le prive de su dignidad humana, como a nosotros.
Seguiré esperando que el renacimiento de África eche raíces profundas y florezca para siempre, sin tener en cuenta el cambio de las estaciones.
Si todas estas esperanzas se pueden traducir en un sueño realizable y no en una pesadilla que atormente las almas de los viejos, entonces tendré paz y tranquilidad, entonces la historia y los miles de millones en todo el mundo proclamarán que valió la pena soñar y esforzarse por dar vida a un sueño realizable.”
Mandela, un hombre con muchos nombres
A lo largo de su vida, Nelson Mandela cosechó distintos nombres, cada uno de ellos con una historia detrás.
Rolihlahla es el nombre que su padre le dio al nacer, significa “jalar la rama de un árbol”, lo que se traduce en términos coloquiales como “agitador”.
Nelson fue el nombre que le dio su maestra en la escuela el primer día de clases, siguiendo la costumbre de ese entonces de dar a los niños africanos un nombre inglés.
Madiba, quizá su nombre más popular en Sudáfrica, corresponde a un jefe de su tribu en el siglo XVIII. El nombre del clan es más importante que el apellido y se considera muy respetuoso usarlo.
Tata es una palabra cariñosa que quiere decir padre y muchos sudafricanos lo llamaban así aunque fueran mayores que él.
Khulu significa grande, ejemplar. También es la abreviatura de abuelo en uno de los idiomas originarios de Sudáfrica.
Dalibhunga fue el nombre que se dio a Mandela a los 16 años en el rito tradicional de iniciación a la vida adulta. Quiere decir “convocante al diálogo”.