Parolin: El Papa en Canadá para abrazar a las poblaciones indígenas
Es una peregrinación, un viaje deseado que tendrá su centro en el encuentro con los pueblos indígenas y la Iglesia local. De este modo, el cardenal secretario de Estado traza la dirección de la mirada, que estará en el surco de la reconciliación, la esperanza y la fraternidad.
Eminencia, ¿Francisco se está preparando para partir a Canadá, un viaje muy deseado?
Sí, ciertamente un viaje muy deseado, en cuyo centro estará el abrazo con los pueblos indígenas y la Iglesia local. Como recordó el Santo Padre el domingo pasado, diciendo: “Vendré entre vosotros sobre todo en nombre de Jesús para encontrar y abrazar a los pueblos indígenas”. El Papa ha mostrado en varias ocasiones una gran preocupación por los pueblos indígenas: pienso en varias visitas en sus viajes, en numerosos encuentros que ha tenido en el Vaticano y también en la Exhortación Apostólica Querida Amazonía. En el caso de las poblaciones indígenas canadienses, se trata de una “peregrinación penitencial”, precisó el domingo, tras los encuentros que mantuvo con algunos de sus representantes en Roma entre marzo y abril. Después de la escucha y de un primer encuentro, ahora se abre la posibilidad de un intercambio más amplio: el Papa viajará durante varios días a lugares incluso lejanos, con el deseo de visitar las comunidades indígenas donde viven. Ciertamente es imposible responder a todas las invitaciones y visitar todos los lugares, pero el Santo Padre está ciertamente movido por el deseo de manifestar una cercanía concreta. Aquí también diría que la cercanía es la palabra clave: el Papa no solo pretende decir palabras, sino, sobre todo, estar cerca, manifestar su cercanía de forma concreta. Por eso se pone en marcha, para tocar con sus propias manos el sufrimiento de esas poblaciones, para rezar con ellas y para hacerse peregrino entre ellas.
En abril, el Santo Padre pidió perdón por la participación de algunos católicos en el daño causado a los pueblos indígenas, en particular a los que tuvieron responsabilidad en los internados a finales de 1800 y en las últimas décadas de 1900. Entonces, ¿el encuentro, el perdón y la reconciliación guiarán estos seis días canadienses?
Como todos recordamos, en el encuentro del 1º de abril, el Papa expresó su vergüenza e indignación por la actuación de no pocos cristianos que, en lugar de dar testimonio del Evangelio, se amoldaron a la mentalidad colonial y a las políticas gubernamentales de asimilación cultural del pasado, que perjudicaron gravemente a las comunidades indígenas. En particular, es doloroso el papel de algunos católicos en el llamado sistema de escuelas residenciales, que supuso la separación de muchos niños indígenas de sus familias. Este contexto histórico configura y caracteriza la dimensión penitencial, como he mencionado anteriormente, de este viaje, en el que sin duda destacarán los temas de la curación de las heridas y la reconciliación. Pero no solo eso, porque los encuentros, siguiendo la estela de los cálidos que tuvieron lugar en Roma, serán también en el signo de la fraternidad y la esperanza. Y también estarán en el signo de la reflexión sobre el papel que también desempeñan hoy los pueblos indígenas. De hecho, puede ser provechoso para todos redescubrir muchos de sus valores y enseñanzas. Pienso, por ejemplo, en el cuidado de la familia y de la comunidad, en el cuidado de la creación, en la importancia que se da a la espiritualidad, en el fuerte vínculo entre generaciones, en el respeto a los mayores… A este respecto, el Papa tiene especial interés en celebrar la fiesta de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús, precisamente en el marco de este viaje.
El Sucesor de Pedro confirmará a la Iglesia católica en la fe, participará, por su expreso deseo, en la peregrinación al lago de Santa Ana. ¿Podría pedir un nuevo impulso evangelizador en un país con grandes recursos, no solo naturales?
En cada uno de sus viajes apostólicos, y más generalmente en su ministerio, el Santo Padre no solo confirma a la comunidad cristiana, sino que quiere ser, para manifestarse, un hermano en la fe junto al Pueblo de Dios, haciéndose peregrino en los lugares que visita y en las tradiciones religiosas que encuentra. Por ello, deseaba vivamente vivir un momento litúrgico en el lago de Santa Ana, que los lugareños llaman el “lago de Dios“. Allí, desde hace más de cien años, se celebra una peregrinación en honor a Santa Ana, la abuela de Jesús, y muchos enfermos y personas heridas en el cuerpo o en el espíritu se bañan en esas aguas. En ese lugar especial y en el contexto de un entorno natural muy sugestivo, será bonito, en lo que respecta a la evangelización, volver a las fuentes de la fe, pensar en Jesús que sacia la sed y cura derramando en los corazones el agua del Espíritu, el agua que brota para la vida eterna. Al mismo tiempo, como en otras etapas de otras visitas, el Papa no dejará de recordar la urgencia de la evangelización en un contexto fuertemente secularizado, apelando precisamente a los desafíos que el secularismo plantea a nuestras prioridades pastorales, a nuestros lenguajes y, en general, a nuestro modo de ser Iglesia y de testimoniar la fe hoy.
El lema de la visita es “Caminar juntos”. ¿Qué espera el Santo Padre de este viaje?
Este lema, además de indicar el camino que se ha seguido con las comunidades indígenas canadienses, evoca la palabra “sínodo”. Como el Papa ha reiterado a menudo, el sínodo no es un acontecimiento ocasional, sino un estilo eclesial que todos estamos llamados a asumir en el espíritu del Evangelio y de las primeras comunidades cristianas, un estilo que se concreta en la escucha mutua, el diálogo, el discernimiento pastoral comunitario y la fraternidad. Imagino que será precisamente con este espíritu con el que el Santo Padre no dejará de anunciar, una vez más, la palabra profética del Evangelio que nos invita a tejer la fraternidad, a construir la paz, a superar las divisiones, que a menudo son fruto no solo del egoísmo personal, sino también de mentalidades y visiones distorsionadas. En este sentido, recordando la importancia de la caridad mutua, el Santo Padre espera, sin duda, poder alentar significativamente el camino ya iniciado por la Iglesia y la sociedad canadiense en la vía de la reconciliación y la curación. Un camino que, partiendo de una “purificación de la memoria”, reavive el deseo de un camino fraterno en el que todos -Iglesia y sociedad civil- se impliquen concordantemente. Como en muchos ámbitos, este “caminar juntos” es esencial, hoy más que nunca: solo así es posible construir y abrirse a un futuro de esperanza.