Por los caminos del Señor: 11 síntomas de que tu comunidad se está enfermando de sectarismo (Parte II)
Por el Padre JUAN TRIVIŇO / ST.- Queridos lectores. Paz y Bien. Dios los bendiga abundantemente. Quiero compartir con ustedes este artículo interesante y formativo para todos los que practicando nuestra fe y con nuestra pertenencia a alguna comunidad, vale la pena reflexionar sobre los peligros que podemos correr en nuestra comunidad eclesial. Son cuatro secciones y espero que tengamos un conocimiento real de esta situación y por ello te pido que no te pierdas estas cuatro secciones. II SECCION.
11 síntomas de que tu comunidad se está enfermando de sectarismo
2.-La lógica de negros y blancos oculta el temor a los grises
Hay que tener cuidado con las narrativas de negros y blancos, buenos y malos, fieles e infieles, sanos y enfermos, etc. Estas se pueden aplicar a la política, a la vida espiritual y a tantas otras realidades pasando por nuestras comunidades, e incluso a nosotros mismos.
Es un modo infantil de leer la realidad que hace que las lecturas sean muy cómodas. Estás aquí o estás allá. Es progresista (negro) u ortodoxo (blanco), ese es un obispo fiel (blanco) o infiel al Papa (negro), es un tipo que abandonó la vida religiosa (malo) o uno que perseveró (bueno).
Sin querer caer en el relativismo ni negar que haya acciones y actitudes objetivamente equivocadas, me parece que esta es una típica lógica sectaria que teme la existencia de los grises.
En la vida, disculpen, creo que los grises son la mayoría y son incómodos porque sus tonos provienen de la complejidad de la realidad y no encajan dentro de nuestro modo etiquetador, categórico, ideológico, y muchas veces simplista, de pensar. Es algo que me parece que el papa Francisco está combatiendo con mucha fuerza durante su pontificado.
Me atrevería incluso a afirmar que Cristo fue un enorme gris para las expectativas de los judíos que esperaban al Mesías. Solo los hombres valientes, esos que lograron romper con el sectarismo y la lógica de los blancos y negros, lograron aceptar el gris de Jesús; es decir, un Mesías glorioso, sí, pero cuya gloria brilló en la humildad, la misericordia y la humillación.
Hoy en día —tal vez hoy más que nunca— ¿tu comunidad es capaz de distinguir las tonalidades de la realidad, o todo pasa por el filtro del blanco y el negro?
3.- El mundo se puede cambiar, pero lo cambia la Iglesia
No importa si formas parte de una reconocida élite intelectual católica, de un grupo o movimiento con cientos de vocaciones al año, o de una parroquia atiborrada de fieles todos los domingos, el día que comiencen a sentir el aguijón de la vanagloria y empiecen a sentirse la almeja con la perla en medio de un montón de moluscos vacíos, ese día, para ustedes, inició un cisma espiritual que, de no detenerse, los terminará alejando de la única fuente de gracia que Dios le ha regalado al mundo: la Iglesia.
“Pero es que la Iglesia es…”¡Sí! La Iglesia es frágil y pecadora, los obispos están lejos de ser perfectos, no sabemos hablarles a los jóvenes y las parroquias todavía no están en Twitter… y aun así Dios la quiso a ella para derramar su gracia en el mundo.
La Iglesia aplaude los logros y las cosas buenas que hacen las comunidades, pero en sus dos mil años de historia su sabiduría la lleva a ser cauta con los triunfalismos y las fórmulas temporales de éxito, ella sabe que la acción de Dios es misteriosa y también actúa en lo sencillo y lo humilde, en las aparentes derrotas y, sobre todo, a través de la oración y la cruz.
La Iglesia es un sacramento universal de salvación, no una asociación estratégica de conversión y canalización de la vida cristiana; en otras palabras, nos fundó Jesucristo, no Gramsci (¡gracias a Dios!).
4.- Integrar la propia fragilidad
Todos tenemos heridas. Las heridas están en nuestro pasado, las cargamos en el presente, y tal vez, casi con certeza, las tendremos en el futuro.
En la vida hay fracasos y frustraciones y conocer a Cristo y ser cristianos —incluso consagrados—no nos exime de tener que hacer la cola del sufrimiento y la derrota, tampoco nos da derecho a colarnos para sufrir menos, lo único que significa es que llevamos en el corazón la seguridad de que esa frustración personal y ese dolor no son más fuertes que el amor de Dios, y que esa certeza crece cuando la compartimos con quienes, como nosotros, avanzan en la fila hacia el check-in de la vida.
Las comunidades, sea la que sea, tienen que formar hombres que anhelen y busquen la santidad: eso significa preparar seres humanos —laicos y consagrados—para aceptar también sus derrotas y sus miserias.
Después de algunos años buscando ser santo de la manera equivocada, ahora creo sinceramente que la santidad es dejarse amar por Dios y tratar, poco a poco, de que Dios ame a través de nosotros; evitando, claro que sí, que nuestro pecado distorsione ese amor, pero sabiendo que a veces nuestras heridas son canales privilegiados por donde el amor de Dios nos colma y se irradia a los demás. Catholic Link | Jun 19, 2017.