Por los caminos del Señor: 11 síntomas de que tu comunidad se está enfermando de sectarismo (Parte III)
Queridos lectores. Paz y Bien. Dios los bendiga abundantemente. Quiero compartir con ustedes este artículo interesante y formativo para todos los que practicando nuestra fe y con nuestra pertenencia a alguna comunidad, vale la pena reflexionar sobre los peligros que podemos correr en nuestra comunidad eclesial. Son cuatro secciones y espero que tengamos un conocimiento real de esta situación y por ello te pido que no te pierdas estas cuatro secciones.
11 síntomas de que tu comunidad se está enfermando de sectarismo
5.- Integrar la propia personalidad
Una misma comunidad, carisma, espiritualidad o disciplina, no quiere decir una misma personalidad, ideas, ritmos, estudios, expectativas, anhelos, deseos, peinados, etc. Esto san Pablo lo tenía clarísimo, pero, al parecer, muchas comunidades en la actualidad no lo hemos tenido muy claro.
Así como con la lógica de los blancos y negros (que he descrito líneas arriba), la uniformización también es un modo de evadir la realidad y de no dejarla interpelarnos. ¿Por qué? No soy sociólogo ni psicólogo, pero no se necesita serlo para darse cuenta de que la uniformización es más fácil de controlar que la diversidad.
Desde el punto de vista de la persona que participa en una dinámica de uniformización y renuncia a algunos rasgos importantes de su propia personalidad y manera de ser, la experiencia también es muy dura y la vida cristiana, laica o consagrada, se va haciendo cada vez más penosa y cuesta arriba hasta el punto no lograr comprender más por qué las promesas de Dios no se cumplen en la propia vida.
6.- El carisma no es principalmente aquello que nos distingue de los demás
Haré mías algunas de las reflexiones del P. Rupnik en esta conferencia para explicar este punto. No es nada extraño que algunas comunidades piensen que el carisma que han recibido es aquello que los distingue de otras instituciones eclesiales. Pero la verdad es que el carisma es todo lo contrario: es el sello indeleble de nuestra pertenencia a la Iglesia y de nuestra condición de miembros del cuerpo de Cristo.
Y bueno, claro que es don especial, por supuesto que es un regalo único para cada comunidad, pero la realidad hay que pensarla en el orden correcto: el carisma, en primer lugar, es un precioso signo de comunión y hermandad dentro del cuerpo y la misión de la Iglesia. Rumiar el carisma para cobijar pensamientos y sentimientos de diferencia, separación, y hasta superioridad, es la mejor manera de despreciar la razón por la que Dios gratuitamente nos lo entregó.
Pensemos en los mosaicos y en los frescos de las Iglesias medievales. Ninguno de ellos estaba completo. Cada imagen se conectaba, de alguna manera, con otra imagen, y todas ellas formaban, junto con el ábside, los retablos, el altar, etc., un solo y potentísimo mensaje catequético sobre la unidad, la belleza, el amor o la verdad de Dios.
7.- “Sean perfeccionistas como el Padre es perfeccionista” (¿Uh?)
Es esencial comprender qué es lo que entendemos por virtud, ascesis y búsqueda de perfección.
Lamentablemente en muchas comunidades, especialmente en los años de formación de la vida consagrada o religiosa, pero también en instituciones laicales, la búsqueda de una reconstrucción de la humanidad caída ha sido equivocadamente prioritaria y alejada de una sana teología de la gracia. ¿A qué me refiero? A que el individuo, como dice el P. Rupnik, cuando recibe la vida de Dios, muere.
No hay perfección humana que pueda sostenerse cuando Dios nos visita y nos muestra lo frágiles y pequeños que somos delante de Él y de la misión que nos tiene encomendada. La verdadera ascesis lleva a la contrición del corazón y no a su entumecimiento fruto del orgullo y la autosuficiencia.
Ese es el mejor modo de preparar la perfección a la que estamos llamados. Y digo “preparar” intencionalmente, porque es Dios quien nos hace perfectos regenerándonos en su hijo, gracias al poder del Espíritu Santo que ha prometido a la Iglesia. Es decir, no es una perfección individual. Los santos no son self-made menú; es más, simplemente no existirían si no existiera la Iglesia católica.
8.- Cuando nos enamoramos de las obras
Otro síntoma es la importancia desmedida de los proyectos apostólicos. Llega un punto donde tener grupos, parroquias, iniciativas, colegios o universidades se vuelve lo más importante. Claro, la razón es el apostolado y la evangelización y eso está muy bien, pero hay un momento donde el demonio se aprovecha de nuestro activismo y trastoca las cosas.
Los proyectos también generan presencia eclesial, admiración, poder, etc., y si una comunidad no hace un constante examen de conciencia puede comenzar a empujar a las personas a vivir en función de dichos proyectos.
La oración, el fundamento espiritual, y el origen apostólico de todas esas obras se empieza a perder y se comienza a vivir en función de las gratificaciones mundanas y secundarias que estos proyectos generan. Es una lástima, pero estas cosas pasan y hay que estar alerta. Se pueden cometer muchos abusos y hacer mucho daño cuando las obras ocupan un lugar más importante que las personas. Ejemplos los hay en cantidades.Catholic Link | Jun 19, 2017