Por los caminos del Señor: El valor de una madre soltera (PARTE I)
Por el Padre JUAN TRIVIŇO / ST.- Apreciados Lectores. Paz y bien. Estamos disfrutando del mes de mayo y de nuestra alegría para contemplar el valor de lo que tenemos en la tierra y en el cielo. UNA MADRE. Ahora finalizaremos el mes con mina reflexión especial, llena de verdad, realidad y ternura que terminara diciendo TE AMO MAMA. Disfrutemos y anidemos en nuestros corazones la sensibilidad de nuestros sentimientos. Dios esta y camina con nosotros.. Amen, Así sea
EL VALOR DE UNA MADRE SOLTERA
El mundo moderno ha desarrollado una mentalidad permisiva en la que el sexo muchas veces se convierte en un juego y un momento del placer, un modo de actuar en el que desaparece el horizonte de la responsabilidad y de los auténticos valores morales. Otras veces el sexo es visto como un “ensayo de amor” que no pocas veces acaba en el fracaso, si es que no se trató de un miserable engaño. En este contexto, la sorpresa de una regla que se retrasa llega a ser vista como una auténtica tragedia: ha iniciado un embarazo no previsto.
Por eso, cuando una chica queda embarazada, la reacción de muchos es de apartamiento: la dejan sola con “su” problema. El padre, que es tan responsable como la madre de la existencia de ese hijo, en muchísimas ocasiones desaparece con una cobardía inusitada, si es que no revela una maldad profunda al presionar de mil maneras a la que antes decía amar para que ahora cometa la locura del aborto del propio hijo.
La decisión de una mujer soltera que dice sí a la vida de su hijo merece respeto y ayuda. Una ayuda que le permita llevar el embarazo con la máxima serenidad posible, por el bien de ella y por el bien del hijo, pues las emociones de la madre pueden ser decisivas para un sano desarrollo del feto y para una buena psicología del niño. Hay que superar especialmente las presiones externas y de las tensiones internas, para invertir las mejores energías para que el embarazo transcurra de modo positivo para madre e hijo.
Además, hay que ofrecer a la madre apoyo en las distintas dimensiones de su vida: personal, familiar, laboral o de estudios (si todavía está en una preparatoria o en la universidad), y en la maduración de su vida cristiana.
La mujer que afronta un embarazo sin casarse siente sobre sí una enorme responsabilidad. Sabe que su vida va a cambiar profundamente. En sus entrañas vive un hijo. Su organismo físico y su misma psicología se preparan para acogerlo, para vivir la hermosa aventura de la maternidad.
Pero hay que superar presiones de todo tipo. Del padre de la creatura, como dijimos, que quiere a toda costa eludir sus responsabilidades. De los mismos padres de la mujer, que a veces, en vez de apoyar a la hija, la presionan hacia el aborto, o le muestran un extraño e innatural desprecio, o incluso la amenazan con expulsarla de su propio hogar. De amigos y amigas, que le dicen una y otra vez que es joven, que no “arruine su vida”, que después ya nadie querrá casarse con ella, que piense en su trabajo o en sus estudios.
Juan Pablo II hablaba de esta situación y expresaba una queja profunda por la presión que sufren las mujeres, presión que lleva a algunas a ceder al aborto con todo el mal que ese gesto encierra:
“¡Cuántas veces queda ella [la mujer] abandonada con su maternidad, cuando el hombre, padre del niño, no quiere aceptar su responsabilidad! Y junto a tantas ‘madres solteras’ en nuestra sociedad, es necesario considerar además todas aquellas que muy a menudo, sufriendo diversas presiones, incluidas las del hombre culpable, ‘se libran’ del niño antes de que nazca. ‘Se libran’; pero ¡a qué precio! La opinión pública actual intenta de modos diversos ‘anular’ el mal de este pecado; pero normalmente la conciencia de la mujer no consigue olvidar el haber quitado la vida a su propio hijo, porque ella no logra cancelar su disponibilidad a acoger la vida…” (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, n. 14).
La primera ayuda, muy íntima y muy hermosa, que recibe la mujer procede del mismo hijo. La misma presencia del bebé en sus entrañas aviva la conciencia de ser madre. Porque ese hijo dentro de ella, mirado con un poquito de cariño y con muchísimo amor, empieza a dar energías, a ofrecer ayuda, a iluminar el horizonte. Muchas madres solteras, después del parto, abrazan con una alegría inmensa al hijito al que amaron a pesar de dificultades enormes, y que también empieza, con esos modos maravillosos que tienen los hijos pequeños, a devolver amor a su madre buena.
Pero las dificultades no desaparecen con ese gesto magnífico de generosidad propia de una mujer grande y valiente. Por eso todo apoyo, toda ayuda, todo esfuerzo de quienes viven junto a la madre soltera será siempre bienvenido, si se basa en un verdadero amor hacia la madre y hacia su hijo, y si permite a los dos iniciar y continuar de la mejor manera posible el camino de la vida. los padres de la nueva madre, en ese sentido, pueden ayudar muchísimo. Dejemos de lado esas actitudes innaturales y tristemente posibles de padres que no perdonan a su hija lo que ha hecho. Gracias a Dios, son numerosos los padres buenos que apoyan, que dan consejos, que enseñan cómo cuidar al nieto, que lo tienen en casa si la hija tiene que ir todavía a clases o al trabajo, que se vuelcan sin límites en las mil eventualidades de los primeros meses.
También la parroquia y todos los católicos que puedan de alguna manera acompañar a la madre y a su hijo están llamados a hacer algo, poco o mucho, para apoyarles. Porque lo propio del cristiano es precisamente ayudar al más necesitado, a quien vive en una situación difícil. Y es muy difícil vivir como madre soltera.
TE AMO MAMA — Fuente: Fernando Pascual.
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