Por los caminos del Señor: La Madre de Familia
Por el Padre JUAN TRIVIŇO / ST.- Apreciados lectores. Paz y bien. Iniciamos el mes de mayo/2018 y ya es costumbre en nuestra vida social, alabar y reconocer durante todo este mes, nuestro reconocimiento a la madre, la mamá, la del regalo que nos hizo Dios a la humanidad. Estaremos leyendo temas importantes durante estos cuatro domingos y espero sean de vuestro agrado y solo con el fin de enriquecer nuestros valores humanos que están dentro de nosotros y que, el Papa Francisco nos ha dicho salgan a vivirlos y difundirlos.
LA MADRE DE FAMILIA
Estar a la altura de tan gran don divino tal vez requiera una pluma mejor que la propia. Admiro a esas esposas, abundantes años atrás, que fueron el sostén de los hogares, muchas veces haciendo milagros con muchos hijos y poco dinero y, en no pocos casos, con poca o ninguna ayuda en su tarea del esposo aunque había excepciones. Esas mujeres tuvieron su felicidad terrena a pesar de los sacrificios, no lo duden, porque asumieron su misión con un orgullo y, sobre todo, con espíritu de entrega y servicio. El premio ya lo han obtenido, estoy seguro, porque Dios es buen pagador.
Llego a estas madres actuales, muchas trabajadoras, a la vez, en el hogar y fuera del hogar como a esas otras que sólo atienden a sus tareas familiares porque así lo han considerado conveniente o la situación laboral nos les permite tener un trabajo externo. Si bien hombres y mujeres somos iguales en obligaciones, derechos y dignidad, no lo somos en nuestra naturaleza exterior e interior.
Siguen siendo ellas, normalmente, las que llevan el peso más importante de dentro, no sólo en las tareas domésticas, sino en otras más importantes. Planchar, fregar y esas cosas parecidas son trabajos que mejor o peor los puede hacer cualquiera, con esfuerzo por supuesto. Lo difícil es ser el alma y el corazón de la familia, para esto hay que tener algo especial. “Un día Dios se asomó a la tierra para contemplar la obra que estaba creando y se apoyó en la orilla del Nilo. Un cangrejo que andaba por allí le mordió en una mano y cayeron sobre el barro de la orilla unas gotas de su sangre divina. Recogió Dios ese barro mezclado con su sangre y se dijo, qué voy a hacer con esto, no puedo dar un mal uso a mi propia sangre……..y dijo Dios, ya sé haré el corazón de las madres….”
Ven……. ya pensaban así desde hace muchos siglos porque el corazón de la madre es el pilar sobre el que Dios dispuso, con su infinita sabiduría, que se sustentaran el amor, la unidad y todo aquello que tiene que ver con esos temas más espirituales y afectivos de la familia. Ahí el esposo no puede reemplazaros nunca, por mucho que se esfuerce y bueno que sea. Por ser insustituibles no deberíais abandonar esos aspectos, pienso que no lo hacen, pero me permito recordarlo porque hay ideologías que, para dominar la sociedad, pretenden debilitar a la familia, incluso ocupar su lugar en la formación de los hijos, y para ello nada mejor que quitarle el alma, la mujer, menospreciando su importantísima labor intentando convencerla de que debe dedicarse a otras tareas donde se realizaría más.
Una buena cosa sería que todos reflexionemos con este extracto de lo que nos enseñaba Juan Pablo II al hablarnos de la mujer y la sociedad: “No hay duda de que la igual dignidad y responsabilidad del hombre y de la mujer justifican plenamente el acceso de la mujer a las funciones públicas. Por otra parte, la verdadera promoción de la mujer exige también que sea claramente reconocido el valor de su función materna y familiar respecto a las demás funciones públicas y a las otras profesiones. Por otra parte, tales funciones y profesiones deben integrarse entre sí, si se quiere que la evolución social y cultural sea verdadera y plenamente humana.
Si se debe reconocer también a las mujeres, como a los hombres, el derecho de acceder a las diversas funciones públicas, la sociedad debe sin embargo estructurarse de manera tal que las esposas y madres no sean de hecho obligadas a trabajar fuera de casa y que sus familias puedan vivir y prosperar dignamente, aunque ellas se dediquen totalmente a la propia familia. Se debe superar además la mentalidad según la cual el honor de la mujer deriva más del trabajo exterior que de la actividad familiar. Pero esto exige que los hombres estimen y amen verdaderamente a la mujer con todo el respeto de su dignidad personal, y que la sociedad cree y desarrolle las condiciones adecuadas para el trabajo doméstico…
Agradecimiento a las madres, que trabajando fuera de casa o no, han comprendido y realizan esa labor de ser madre de familia. Especial mención merece el esfuerzo de esas otras que solas, por viudedad o abandono del esposo, han tenido que hacer de padre y madre con tremendo esfuerzo, muchas veces compaginando el trabajo fuera y dentro del hogar. Finalmente quiero dejar constancia de mi cariño por esas mujeres que se quedan embarazadas y deciden, ante dificultades de diversos tipos, continuar con su embarazo antes de abortar. Ese tipo de mujeres valientes son merecedoras del apoyo de los suyos y de la sociedad.
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