Por los caminos del Señor: ¿Tengo vocación misionera?
Por el Padre JUAN TRIVIŇO.- La vocación es una inspiración o moción interior por la que Dios llama a una persona para una misión. Supone siempre la absoluta libertad de Dios que llama y la libertad humana que reacciona ante esta llamada. Toda vocación necesita un discernimiento. El discernimiento vocacional no es sólo un proceso psicológico; es, sobre todo, un proceso de fe por el que se intenta dilucidar la autenticidad de la llamada y se procura promover la fidelidad a la misma. El discernimiento intenta captar la veracidad de los signos vocacionales que manifiestan la autenticidad de la vocación.
La llamada como comunicación de Dios, como voz del Señor que llama, se ha de entender y distinguir a través de los signos vocacionales que manifiestan la voluntad de Dios al llamado. En el diálogo vocacional, Dios se acomoda al hombre. Utiliza una sabia pedagogía usando señales para hacerse entender. En concreto, Dios manifiesta al hombre su voluntad por medio de experiencias concretas que jalonan su propia historia. Entre las señales de llamada más frecuentes suelen estar éstas:
1ª. El proceso de maduración de la propia fe, que contiene una serie de encuentros significativos con el Señor en momentos de la historia personal. Esto quiere decir que la vocación misionera surge necesariamente dentro de un proceso de vivencia de la fe.
Atención: No debe confundirse el llamado vocacional con el deseo de aventura, o de alejarse de una situación que la persona está viviendo, o por un dolor o problema, que mueve a la persona a desear cambiar su vida por otra diferente y cree encontrar en la misión una salida o escapatoria a sus problemas o insatisfacciones personales.
2ª. La vida de la Iglesia como llamamiento. La vida de la Iglesia ofrece una inestimable ayuda a los llamados en orden a que ellos respondan adecuadamente a la llamada de Dios transformándola en opción fundamental. Esto implica que toda vocación se madura y discierne a través de una pertenencia activa y comprometida en la Iglesia. Atención: Una vocación no se “descubre” a través de internet, buscando un destino de misión navegando en la web, o por correo electrónico. Una verdadera vocación misionera se descubre y se discierne a través de la participación activa en un Grupo Misionero u otra comunidad o servicio que se realiza de manera personal en una Parroquia, o en una Congregación o Instituto religioso.
3ª. La sensibilidad hacia los problemas de los hombres. Hay necesidades que en sí mismas son un reclamo, que despiertan un apremiante sentido de compasión y disponibilidad.
4ª. Los modelos de identificación, esto es, aquellas personas con nombre y rostro, que han prendado al candidato. El ejemplo y testimonio de algún misionero, un santo, etc. Aunque sean idealizadas al comienzo, asumen el papel de una auténtica llamada.
5ª. Las cualidades personales especiales y significativas. Para Dios, llamar equivale a dar. Dios no llama a nadie para algo sin antes haberle dotado de lo necesario para llevarlo a cabo. Y los dones y la vocación de Dios son irrevocables (cf. Rm 11,29).
6ª. La Palabra de Dios y la oración personal. En ellas el Señor va despertando una libertad y una disponibilidad enormes en el orante. A lo largo de los procesos que se suscitan se pueden evidenciar las insistencias de la llamada de Dios.
7ª. Fantasías en la niñez y en la adolescencia. El modo repetido de imaginarse a sí mismo en el futuro suele nacer de un dinamismo interior preconsciente que puede ser revelador de una vocación. Normalmente una vocación se va gestando y madurando a lo largo de toda la vida de la persona. Atención: Normalmente, la vocación no surge de manera precipitada, o a partir de un acontecimiento que la persona ha vivido (la pérdida de un ser querido, el rompimiento de una relación, quedarse sin trabajo, etc.)
Estas señales, y otras muchas, suelen ser ambiguas, al menos al principio. No evidencian de una vez por todas la llamada. Pero sirven de señales para poder discernir si existe una real motivación y si la vocación puede ser verdadera.
La vocación es una inspiración o moción interior por la que Dios llama a una persona para una misión. Supone siempre la absoluta libertad de Dios que llama y la libertad humana que reacciona ante esta llamada. Toda vocación necesita un discerminiento. El discernimiento vocacional no es sólo un proceso psicológico; es, sobre todo, un proceso de fe por el que se intenta dilucidar la autenticidad de la llamada y se procura promover la fidelidad a la misma. El discernimiento intenta captar la veracidad de los signos vocacionales que manifiestan la autenticidad de la vocación.
La llamada como comunicación de Dios, como voz del Señor que llama, se ha de entender y distinguir a través de los signos vocacionales que manifiestan la voluntad de Dios al llamado. En el diálogo vocacional, Dios se acomoda al hombre. Utiliza una sabia pedagogía usando señales para hacerse entender. En concreto, Dios manifiesta al hombre su voluntad por medio de experiencias concretas que jalonan su propia historia. Entre las señales de llamada más frecuentes suelen estar éstas:
1ª. El proceso de maduración de la propia fe, que contiene una serie de encuentros significativos con el Señor en momentos de la historia personal. Esto quiere decir que la vocación misionera surge necesariamente dentro de un proceso de vivencia de la fe.
Atención: No debe confundirse el llamado vocacional con el deseo de aventura, o de alejarse de una situación que la persona está viviendo, o por un dolor o problema, que mueve a la persona a desear cambiar su vida por otra diferente y cree encontrar en la misión una salida o escapatoria a sus problemas o insatisfacciones personales.
2ª. La vida de la Iglesia como llamamiento. La vida de la Iglesia ofrece una inestimable ayuda a los llamados en orden a que ellos respondan adecuadamente a la llamada de Dios transformándola en opción fundamental. Esto implica que toda vocación se madura y discierne a través de una pertenencia activa y comprometida en la Iglesia. Atención: Una vocación no se “descubre” a través de internet, buscando un destino de misión navegando en la web, o por correo electrónico. Una verdadera vocación misionera se descubre y se discierne a través de la participación activa en un Grupo Misionero u otra comunidad o servicio que se realiza de manera personal en una Parroquia, o en una Congregación o Instituto religioso.
3ª. La sensibilidad hacia los problemas de los hombres. Hay necesidades que en sí mismas son un reclamo, que despiertan un apremiante sentido de compasión y disponibilidad.
4ª. Los modelos de identificación, esto es, aquellas personas con nombre y rostro, que han prendado al candidato. El ejemplo y testimonio de algún misionero, un santo, etc. Aunque sean idealizadas al comienzo, asumen el papel de una auténtica llamada.
5ª. Las cualidades personales especiales y significativas. Para Dios, llamar equivale a dar. Dios no llama a nadie para algo sin antes haberle dotado de lo necesario para llevarlo a cabo. Y los dones y la vocación de Dios son irrevocables (cf. Rm 11,29).
6ª. La Palabra de Dios y la oración personal. En ellas el Señor va despertando una libertad y una disponibilidad enormes en el orante. A lo largo de los procesos que se suscitan se pueden evidenciar las insistencias de la llamada de Dios.
7ª. Fantasías en la niñez y en la adolescencia. El modo repetido de imaginarse a sí mismo en el futuro suele nacer de un dinamismo interior preconsciente que puede ser revelador de una vocación. Normalmente una vocación se va gestando y madurando a lo largo de toda la vida de la persona. Atención: Normalmente, la vocación no surge de manera precipitada, o a partir de un acontecimiento que la persona ha vivido (la pérdida de un ser querido, el rompimiento de una relación, quedarse sin trabajo, etc.)
Estas señales, y otras muchas, suelen ser ambiguas, al menos al principio. No evidencian de una vez por todas la llamada. Pero sirven de señales para poder discernir si existe una real motivación y si la vocación puede ser verdadera.
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